Una tarde de hace pocas semanas estaba en el taller de Verdú. Junto a mí había otra visita. Una mujer del grupo paseaba a zancadas por el taller señalando los cuadros de agujeros. ‘Esos cuadros nos imponen su silencio’, casi gritó. Al margen de que si aquello hubiera sido cierto hubiera exigido mayor recogimiento, aquella mujer estaba equivocada. Seguramente se dejó llevar por su imaginación neolítica. Esos agujeros nos llaman con sus vocecitas o sus vozarrones. Quieren que los traspasemos.