Uriel.- ¿No oyes cómo exaltan el recuerdo de tu vergüenza? Ven, no los escuches más.
Satanás.- Tú no me comprendes. Si hubiera en mí un verdadero arrepentimiento de lo que un día me atreví a hacer, ya no estaría aquí: sería digno de volver a subir a mi patria, estaría cerca de la salvación. El mío no es un remordimiento, sino un recuerdo. Recuerdo ofuscado y desesperanzado por la felicidad perdida. El orgullo no se ha debilitado en mi espíritu. Yo no me retracto de nada. No consigo perdonar aún a Aquél que no quiere perdonarme. No quiero servir y tengo que servir, condenado como estoy a la más horrible servidumbre: a la de robar las almas a los hombres. ¿Y qué de insólito hay, en que al esclavo encerrado en la oscuridad de la ergástula reaparezca un momento la visión del cielo libre donde un día fue besado por el sol? ¿No fuiste tú también una vez totalmente luz?