Es difícil averiguar de dónde le viene a Verdú esa pasión por las palabras. De niño, durante las vacaciones estivales, su padre le llevaba con él para que le echase una mano con los botes de pintura en el duro, si bien gratificante oficio de dibujar e ilustrar vallas publicitarias. A Joan siempre le gustó pintar pero, lógicamente, aquello lo hacía renqueando y protestando porque, como a todo muchacho, lo que a él le apetecía realmente era ponerse a jugar con su pandilla de amiguitos: ‘si me hubieran dado todo lo que pedía no hubiese pedido más’, comenta con un imperceptible asomo de sonrisa en los labios. Aunque, creo, habla en serio. Ayudar a su padre, sin embargo, le dio una oportunidad única de trastear con recipientes, mezclar los colores y fijarse en las texturas.